Con este nombre se conoce a la rama de la dinastía Habsburgo que  reinó en España en los siglos XVI y XVII. Durante ese tiempo se Produjo la  espectacular expansión de un imperio en cuyos territorios «no se ponía el Sol»;  sin embargo, debilitado por las incesantes guerras y la crisis económica  castellana, los síntomas de su decadencia empezarían a manifestarse en esta  misma etapa.
Los Austrias Mayores: Carlos I y Felipe II de España
Las  alianzas matrimoniales concertadas entre Fernando el Católico y Maximiliano de  Habsburgo determinaron la introducción de la dinastía Habsburgo austriaca en el  trono español. Fue Carlos de Gante, nieto de ambos, el que reunió las herencias,  convirtiéndose en rey de Castilla y Aragón (con sus posesiones americanas y  mediterráneas) en 1516, en señor de los dominios habsbúrgicos en Europa y en  emperador de Alemania (1519). 
Esta  compleja herencia determinó la política de Carlos I (V de Alemania). Tuvo que  enfrentarse al papado y a Francia por el dominio de Italia, a tos principados  alemanes rebeldes, a la amenaza turca en el Mediterráneo y a la extensión del  protestantismo en Europa. Todos estos problemas le mantuvieron constantemente  ocupado en guerras, pasando más tiempo fuera que dentro de Castilla, y sin una  Corte estable. 

El enorme  esfuerzo bélico tuvo su coste económico. Las rentas procedentes de la  exportación lanera de Castilla a Flandes y la plata que venía de América no  siempre eran suficientes, o no llegaban a tiempo, y el rey recurrió a numerosos  préstamos de banqueros alemanes y genoveses, lo que comprometió gravemente el  futuro económico de sus reinos. Así, su hijo Felipe II tuvo que declarar la  bancarrota tres veces a lo largo de su reinado, en 1557, 1575 y 1597.  
De hecho, además de las deudas, Felipe había heredado  las guerras de su padre, aunque no el título imperial, que pasó, junto con las  posesiones alemanas Y austriacas, a su tío Fernado (1555). El nuevo rey logró  apartar definitivamente a Francia de sus intereses en Italia (Paz de  Cateau-Cambrésis, 1559) y frenar el avance de los otomanos en el Mediterráneo  (batalla de Lepanto, 1571); asimismo, se anexionò Portugal y sus colonias  (1580), con lo que el Imperio ultramarino español adquirió dimensiones  colosales, aunque también iba a resultar más difícil de defender. Menos  afortunado en la lucha contra los protestantes, no pudo impedir la secesión de  las Provincias Unidas del norte de los Países Bajos (la actual Holanda) en 1579,  ni contener la expansión marítima de Inglaterra (derrota de la Armada  Invencible, 1588). Estos últimos fracasos marcan el comienzo de la decadencia  española, aunque su hegemonía en Europa todavía se mantuvo durante cierto  tiempo. Pero la economía castellana, principal sostenedora de estos esfuerzos,  estaba ya arruinada.
Los Austrias Menores: Felipe III , Felipe IV, Carlos II
El declive  se agudizó bajo el reinado de Felipe III, que no pudo continuar la política  exterior de sus antecesores por falta de recursos. Esta precariedad económica se  agravó con la expulsión de los moriscos (1609), la población descendiente de los  musulmanes que todavía permanecía en la Península, principal sostén de la  economía agrícola y manufacturera de algunos territorios, sobre todo en la  corona de Aragón. Las medidas que desde el poder se tomaron para hacer frente a  la falta de liquidez, como venta de cargos o la devaluación de la moneda, no  hicieron sino agravar la situación, instaurando la corrupción y el absentismo en  la administración, y distorsionan peligrosamente los intercambios mercantiles.  
Felipe III,  además, carecía de la capacidad de su padre y de su abuelo, y delegó el gobierno  en hombres de confianza; quedó así instituida la figura del valido. Tanto el   duque de Lerma, como su hijo y sucesor en el cargo, el duque de Uceda, se  revelaron como mediocres gobernantes, bastante más preocupados por aumentar su  fortuna personal que por solucionar los graves problemas de la monarquía, que  desde 1618 estaba embarcada en la guerra de los Treinta Años, apoyando a sus  parientes, los emperadores Habsburgo. 
El ascenso  al trono de Felipe IV (1621) significó la asunción de las tareas de gobierno por  un nuevo valido, el conde-duque de Olivares. Miembro de una rama menor de un  importante linaje nobiliario, también se ocupó de aumentar sus rentas y  posesiones personales, aunque en menor medida que sus predecesores. De hecho,  Olivares sí tenía ambiciones políticas y capacidad de estadista; en el Gran  Memorial que presentó al joven Felipe (1624) trazaba las líneas de su programa.  Su objetivo era lograr que la monarquía unificase de forma efectiva todos los  recursos económicos, humanos y militares de sus distintos reinos (Unión de  Armas, 1626), para emplearlos en renovar su gloria, lo que significaba  básicamente gastarlos en las nuevas guerras en que estaba embarcada: con Holanda  e Inglaterra por el dominio colonial y con diversos Estados europeos —la Francia  de Richelieu y Luis XIII en la sombra— por la supremacía habsbúrgica en el  continente. Esta orientación suponía trastocar el complejo político que  constituía la esencia misma de la monarquía fundada por los Reyes Católicos, que  nació de la confederación de distintos reinos que conservaron sus peculiaridades  jurídicas, económicas y administrativas. Y eso era algo que sus súbditos no  estaban dispuestos a tolerar, especialmente en la corona de Aragón, siempre  celosa de sus libertades. 
La década  de 1640 fue desastrosa para el gobierno de Olivares, y amenazo la misma unidad  de la monarquía. Los portugueses instauraron la dinastía de Braganza, hartos de  sufrir en sus colonias las consecuencias de los conflictos europeos castellanos  (1640). Se produjo un levantamiento en Cataluña (1640-1652) qUe a punto estuvo  de separar este territorio de la monarquía española e incorporarlo a Francia,  que si logró anexionarse los condados transpirenaicos del Rosellón y la Cerdaña.  También estallaron conspiraciones y levantamientos en Andalucía (1641),Sicilia  (1646-1652) y Nápoles (1647-1648). Mientras, en el escenario bélico europeo, la  batalla de Nórdlingen (1634) representó la última gran victoria de los ejércitos  españoles. 
A partir de  ese momento, la suerte se volvió adversa para la coalición Habsburgo en la  guerra de los Treinta Años, complicada por la entrada oficial de Francia en el  conflicto (1635), acumulándose las derrotas de las agotadas y mal pagadas tropas  españolas. El año 1643, con la derrota ante los franceses en Rocroi y la caída  en desgracia de Olivares, marcó el punto de inflexión, a partir del cual todo  iría de mal en peor: la economía acusaba de nuevo los esfuerzos bélicos,  complicados con las malas cosechas, las continuas devaluaciones de la moneda y  la enajenación de cargos; por otra parte, el problema demográfico causado por la  muerte o ausencia de tantos hombres jóvenes se agudizaba. Se declararon cuatro  bancarrotas (1627, 1647,1656 y 1662), mientras las posesiones y el comercio con  América sufrían el acoso de ingleses y holandeses, y Francia se expandía a costa  de las posesiones españolas en sus fronteras. El tratado de Münster (1648) y el  de los Pirineos (1659) ratificaron el fin de la hegemonía española en Europa,  que pasaba a la pujante Francia de Luis XIV. 
La muerte  de Felipe IV significó la entronización de Carlos II el Hechizado, llamado así  por sus síntomas de retraso mental y físico. Su reinado representó el punto más  bajo de la decadencia española, con una corte llena de intrigas en la que se  disputaban el poder la reina madre Mariana de Austria y su confesor, el jesuita  Nithard, con don Juan José de Austria, hijo bastardo de Felipe IV. Sin embargo,  en medio de estas desdichas y del acoso sufrido por las posesiones españolas  —muchas de las cuales cayeron en manos de sus enemigos—, se produjeron los  primeros atisbos de recuperación. Los proyectos de reforma de la administración  o la hacienda, propuestos por los arbitristas, y aplicados en parte por nuevos  validos, como el duque de Medinaceli o el conde de Oropesa, serían el preludio  de los importantes cambios introducidos en el siglo XVIII por los ministros  ilustrados de la dinastía borbónica. 
Precisamente la muerte sin hijos de Carlos II (1700) abrió un  periodo de incertidumbre. El testamento del difunto nombraba heredero a Felipe  de Anjou, nieto de Luis XIV de Francia y bisnieto de Felipe IV de España. Pero  existían otros candidatos con derechos, como Fernando de Baviera y, sobre todo,  el archiduque Carlos de Habsburgo, que no aceptaron esta solución y consiguieron  partidarios en España. Finalmente, tras la Guerra de Sucesión española  (1701-1714), Felipe y de Borbón, apoyado por su poderoso abuelo, se convirtió en  el fundador de una nueva dinastía en España.